XI (Midsummer)
Cansado de la mañana, mi doble cierra la puerta
del baño del motel; luego, mientras limpia el espejo empañado,
se niega a aceptar que yo lo miro fijamente.
Con el más suave gruñido, estira mi cuello, cuidando
de dejarlo limpio, su atención desapacionada
semejante a un barbero que jabona un cadáver - la extrema unción.
El antiguo ritual hubiese sido así de sombrío
si los minúsculos mechones ensortijados ahí en el lavatorio
hubiesen sido, no vellos, sino pequeños serafines.
El poda nuestro bigote con pequeños cortes de tijera,
luego se detiene, y medita como en el aire. Algunos dolores
no son inmensos, más son fatales, algo así como la sensación de pecado
al afeitarse. Y los roperos vacíos donde alguna vez brilló
su ropa. Pero díganme, por qué el tirar una cadena,
con su vorágine en la que giran trocitos de pelo, puede hacer
que algunos hombres aparten sus rasuradoras silenciosamente
y sientan sus venas cual inmundicia que flota río abajo
después del doloroso trabajo del sexo,
es, una pregunta que pueden plantear los cisnes con sus cuellos blancos,
y que el gallo puede contestar sin demora, pisando a sus gallinas.
Derek Walcott
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