jueves, 10 de enero de 2008

Sueño y reparación

Como ciertos motores de nafta, el operario
se alimenta de sopa, una porción de papas
hervidas, un sangúche de milanesa y dos
frutas que pueden ser naranjas o manzanas.
Todo esto sobre una bandeja de telgopor
envuelto en nylon. Además un vaso plástico
y una serie de jarras con jugo o agua
en forma regular dispersas sobre la mesa.
Si bien el menú no se repite en forma exacta
día a día, semana a semana, mes a mes,
ciertas vitaminas dominan la composición.
El paladar de cada uno de los comensales
se adapta a un sistema de sabores y pesos
que varía según el grado de importancia
de la empresa y la calidad de la licitación.
Quienes se dedican a proveer las raciones
saben sin duda que no conviene generar
somnolencia (usualmente modorra o fiaca),
aunque es posible que un sueño limitado
de entre veinte o treinta minutos, la cabeza
caída sobre el respaldar, sueltos los brazos
a ambos lados de la silla, permita renovar
las fuerzas del cuerpo con un plus de eficacia.
Con una pala en la mano a punto de ser
hundida en el montón de tierra, el operario
se asemeja desde muy lejos a la máquina
que hace lo mismo aunque con rapidez
mayor y en mayor cantidad. El sol, la lluvia
y la acción constante también debilitan
el artefacto e imprimen marcas notables
no sólo en la carrocería sino en el sistema
de transmisión y aún en el motor mismo;
su siempre inminente vejez, sin embargo,
se mide menos por progresivas deficiencias
que por la aparición de un nuevo modelo
de funcionalidad más amplia y costo más bajo.


Sergio Raimondi

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