A veces, la luz ecuatorial
Machacado por manchas de tierra, el rojo
magenta, el ocre muy brillante,
en gránulos, los espaciados de puro verde,
como de agua: una mujer gorda vestida de rayas
amarillas y de otros colores sin matiz
– otra, y una tercera,
corpulentas, su paso flojo,
sin apuro, como yendo hacia una fuente
o un mostrador repleto de harinosos panes,
redondos, como si en el fondo la parsimonia fuera
algo afín a la levadura, o al fluir del líquido
por la cañería. Con idéntica imponderable pachorra
ha respondido un geco enorme al movimiento
de la sombra, cuando el sol se ha deslizado
hasta meterse en la mata, y hemos bajado todos, ellos, yo
y vosotros mismos, al frío del atardecer.
Silvio Mignano
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