El otro destino del perro
Recuerdo como un ruido agudo
Cuando cumplí 38 años
Aquel día restregué mis tobillos con cloro
Y los sequé a la sombra
Sucumbí al sueño
Recibí un regalo:
22 años, alta, pelirroja, servicios completos
Apenas la vi me mostró que estaba rapada
Ah! - le dije
Y de inmediato le pedí que amarrara sus muñecas a la puerta
Le insistí que no tuviera miedo
Y me escondí tras un sofá de felpa
Le rogué que aguantara, con paciancia y reclinada
Entonces se la comió completa, lágrimas incluidas
Desperté con los huesos hinchados
El timbre chirriaba
No había luz, ni noche
Entre las ramas vislumbré un solo ácido.
Era ella otra vez.
De inmediato la mandé hincada a la pieza
La tiré en la cama. Le bajé los calzones con ira
Y le dije que me lo iba a pagar con gritos
Me miró y me mostró la argolla que colgaba de su lengua
Procedí sin culpa
Nada le gustaba más que la violencia ultralenta
Para aquello -definitivamente- había que ser un perro.
Matías Rivas
sábado, 22 de octubre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario